Pocos meses antes, en nuestro país, Alfonsín había dejado el Gobierno, cumpliendo su sueño ý su compromiso de entregar la banda presidencial a otro presidente electo constitucionalmente.

El mundo sin dudas estaba cambiando a pasos agigantados. Creo que nuestro país empezó a hacerlo también, pero de la manera incorrecta.

En lo personal, y teniendo tres hijos muy pequeños, sentía una incertidumbre y un dolor inmenso porque aún no asimilaba correctamente y en la dimensión histórica esa decisión de Alfonsín. Inclusive el pueblo en general lo vio a través del cristal de la debilidad.

Por otra parte, las políticas de Menem se podían “divisar a la legua” y tenía muy claro lo que iba a pasar en el país. Como muchas otras cosas de Alfonsín, sólo se entendieron con el tiempo. Y, lamentablemente, las de Menem también.

En Rusia habían comenzado muchos de aquellos cambios algunos años antes. Gorbachov y su perestroika, habían planteado la necesidad de una apertura e inclusive libertades que los rusos no veían desde hacía muchos años.

El debilitamiento político y económico de la Europa del Este estaba llegando a su fin. El muro de Berlín fue uno de los símbolos más fuertes que dividió durante casi 30 años las Alemanias, pero fue mucho más que eso: no sólo dividía a esta ciudad, sino también a toda Europa y era el símbolo de un mundo bipolar en el que dos potencias como Estados Unidos y la Unión Soviética, eran la influencia central.

Su caída posibilitó la reunificación alemana y fue precursora de la desaparición de la Unión Soviética y del final de la #GuerraFría.

Como tantos otros hechos, este fue trascendente en la vida de muchísimas personas, y fundamentalmente en la política Internacional. Pero, como en todos los procesos, muchas veces cambian sólo los actores, mientras que las formas de los poderosos se mantienen intactas a la hora de “alinear” o encerrar a los demás.

Leonardo Simoniello